sábado, 30 de marzo de 2013

Liberalismo: retrospectiva vs. La Esperanza de la Conciliación


A principios del siglo XIX, Europa continuaba siendo el centro del mundo, y la civilización desarrollada en ella, la más avanzada en todo sentido. La mayoría de los autores coincidieron en que solo podían establecerse algunas pautas que dan la clave del origen de esa marcha ascendente de la civilización occidental sobre las demás. En extrema síntesis, estas pautas son:

Una base científica, proveniente de Grecia y fundamentalmente a través de la Metafísica y la Lógica; punto de partida de las demás ciencias que se desarrollarían en el futuro (entre ellas la Matemática, que a partir de Descartes y Galileo sustituirían a la Metafísica en el papel de saber científico rector)

Una base espiritual, el cristianismo, aportando toda la energía de una religión viril y de acción por excelencia que lejos de agotarse en una actitud meramente contemplativa, implica un compromiso del hombre frente al mundo y a sus semejantes, en procura de su destino trascendente.

Una base jurídica, de no menor fuerza e importancia, y con vigencia permanente: el Derecho Romano.

 

Ese desarrollo armonioso inicial de las bases científica y espiritual, a partir de la Edad Moderna fue reemplazado por un esquema caracterizado por:

Un creciente y sostenido desarrollo (cuantitativo y cualitativo) de las ciencias; y de la técnica que de ellas se derivaron.

Una creciente y sostenida pérdida de impulso y de influencia de la Iglesia, en especial a partir de la Reforma Protestante que originó la primera fractura de su unidad.

 

La humanidad vio así como las concepciones filosóficas, políticas, sociales y religiosas fueron “evolucionando” hasta teñirse de dos rasgos esenciales: se fueron transformando cada vez más en materialistas y ateas. Es decir, se fue sustituyendo la concepción cristiana del hombre por una concepción naturalista fundada en su bondad natural.

Algunas de las principales manifestaciones a las cuales nos referimos son: el racionalismo, el utilitarismo, el naturalismo, el individualismo, el hedonismo, las teorías sociales de Rousseau, el deísmo…………….

Llegamos entonces a proclamar la suficiencia absoluta del hombre en todos los órdenes de la vida, sin necesidad de ocuparse del “más allá”.

Y es en esta concepción fundamental donde encontramos la base común del liberalismo y del marxismo.

Así como la Revolución Intelectual del siglo XVIII proporcionó las bases, la Revolución Industrial alcanzó su cenit, y con ella el liberalismo, que es su alma.

Pero la puesta en práctica de sus principios en el campo económico, a la par que un progreso sin precedentes en lo científico-técnico, engendró una situación social deprimente que reclamó soluciones.

Y fue precisamente por alguna forma de “ausencia expectante” o “accionar insuficiente” de la Iglesia Católica, que esas soluciones provinieron del tronco materialista y ateo: nació así la teoría marxista.

Podemos definir el liberalismo como una cosmovisión, una visión global del hombre y del mundo, basada en la absoluta e incondicional libertad individual. Según el campo en que se aplique, esta concepción se transformará en doctrina política (liberalismo político), y en doctrina económica (liberalismo económico)

¿Cómo se concretan en la práctica?

  • Como formas de gobierno: en democracias representativas (Repúblicas o Monarquías Constitucionales)
  • Como sistema político: en instauración del Estado liberal capitalista
  • Como sistema económico: en el Capitalismo Liberal

Para no extendernos, el liberalismo mostró, en el momento histórico tratado (s XIX) por un lado los aportes beneficiosos de ideales de libertad, de sistemas de gobierno y estructuración de sociedades basadas en una ley fundamental (Constitución), de la división de los poderes y de la posibilidad de participación de todos los ciudadanos en la elección de sus gobernantes y representantes. Pero por otra parte, su praxis, especialmente en el campo económico (capitalismo liberal), junto con los enormes progresos materiales, científicos y tecnológicos, transformó aquellos ideales de libertad y de formas democráticas de gobierno y estilo de vida en una verdadera ficción por el precio humano y sus consecuencias sociales, producto de la materialización de sus concepciones básicas. Finalizamos diciendo que las consecuencias lógicas del “homo economicus” o el “homo faber”, que no tiene otro horizonte que la vida terrena, lo llevaron a fijarse como fines últimos: el espíritu de lucro, la instalación confortable en esta tierra, el ideal del éxito y el poder de la riqueza.

Nos hemos animado a decir que la voz de la Iglesia fue insuficiente, aunque hemos tenido en cuenta las encíclicas “Rerun novarum”, “Quadragesimo anno” y “Divini redemptoris”, así como sabemos de la existencia de otros documentos pontificios rectores.

Y, considerando las exigencias de la hora actual para Argentina y para el mundo, en esta Semana Santa analizamos estos conceptos albergando con renovada esperanza que el advenimiento del Sumo Pontífice  Francisco I, nos oriente en la búsqueda de un camino mejor.